Seleccionar página

Enseñar a los adolescentes, el gran reto…

por Lucía Passardi

Este verano impartí un taller de Yoga y Mindfulness para chicos y chicas entre los 14 y los 16 años en el centro de la juventud de Las Rozas (como solo se apuntó un valiente usaré el género femenino para referirme a ellas en este artículo).

Hacía tiempo que no trabajaba con adolescentes y las últimas veces que lo había hecho había sido siempre a través de propuestas teatrales, desde mi experiencia y formación como actriz. , haciendo talleres en colegios y también con Teatro con la ONG Jóvenes y Desarrollo, con la que hicimos más de cien funciones teatrales en institutos de toda España para conversar sobre el acoso escolar. Hace algún tiempo de aquello pero además ahora este público tiene algo que los jóvenes con quienes trabajé hace ocho años no tenían tan alcance; ¿cómo captar la atención de chavalas que tienen a solo un click, en sus manos, tanto entretenimiento y distracción? De las nueve participantes al menos había tres de ellas que venían solo porque «sus padres les habían apuntado», y encima venían a hacer algo «quieto», «tranquilo», ¡en verano!, después de la etapa más exigente del curso; ¿cómo iba a pedirles que escuchasen su cuerpo si lo que éste les pedía era precisamente «desconectar», vaguear y por fin hacer todo lo que han tenido que posponer durante semanas?, lo tenía difícil, me ponía en su situación y no podía más que darles la razón en todo.

En busca de una motivación real…

"I hate mylself and I want to die"

Lucía con 15 años

Necesitaba encontrar alguna justificación (primero para mí misma) de porqué era importante hacer el taller y enseñarles lo que se me había propuesto. Busqué a la Lucía adolescente, traté de conectar con esa etapa de mi vida, tan dolorosa para mí, y pensé en lo que me hubiera gustado escuchar cuando tenía quince años, lo que necesitaba todavía hoy escuchar y atender la Lucía de quince años que aún vive en mí. Al volver a conectar con esa chica que se escondía detrás de las cortinas de su pelo teñido de mil colores pude ver : los tsunamis emocionales que me arrastraban a lugares tan oscuros, una enorme sensación de soledad, y cómo ambas cosas me llevaban lejos del momento presente y de poder disfrutarlo. Las emociones están íntimamente relacionadas con nuestros pensamientos, así se entiende en la psicología budista en la que se basa el Mindfulness, donde nos paramos a observar nuestros pensamientos y reconocer hacia dónde nos llevan, qué emociones desatan y cómo las reconocemos en el cuerpo. La meditación ayuda a comprender cómo funciona ese mecanismo, ese detonador de emociones que es la mente con sus movimientos, en este caso los pensamientos generados a través del lenguaje. Si con quince años hubiera podido ver con claridad las cosas que me decía a mí misma, la forma en que me hablaba dentro de mi cabeza, hubiera entendido más fácilmente el porqué de la aparición de ciertas emociones, pero si además hubiera sabido que estas emociones son mucho más difíciles de controlar en esta etapa de la vida y que esto tiene una razón biológica hubiera sido más comprensiva conmigo misma, con mi caos, con las meteduras de pata constantes y con mi forma osada e inconsciente de experimentar el mundo pero a la vez tan necesaria para mi evolución como explica ahora la neurociencia del cerebro.

La ayuda de la neurociencia: del «me odio y quiero morirme» al «me comprendo y puedo ayudarme»

Todo esto me llevó a pedir ayuda a una alumna a la que aprecio mucho y que conozco hace ya algún tiempo: la neuropediatra Rocío

Rodríguez Díaz del hospital de Fuenlabrada. Con ella habíamos charlado tantas veces después de las clases sobre cómo funciona la mente, ella aportando sus conocimientos científicos y experienciales de sus pacientes, y yo como meditadora y estudiante de textos de la psicología budista o tratados de la mente del yoga como los yogasutras. Recientemente habíamos compartido textos de Nazaret Castellanos (tan de moda en rrss), y estábamos encantadas de por fin encontrar autoras que puedan integrar espiritualidad, ciencia y humanidades de forma tan brillante y accesible. Rocío se ofreció a venir el primer día de taller con los chavales para hacer una presentación sobre las características de su cerebro y fue un éxito, la información les llegó de forma clara y pudieron ver, con esquemas e imágenes

Presentación de la neuropediatra Rocío Rodríguez Díaz

de su cerebro, cómo funciona éste particularmente en el momento en el que están, pero lo más importante fue el hecho de que por fin alguien les hablaba de ellas, de lo que les pasa a ellas, les hacía protagonistas de su proceso y les daba claves, auto-poder, para comprenderse (todas nos pidieron que por favor les diésemos esa información a sus madres y padres). La exposición de Rocío despertó muchas cosas en mí también, y sobre todo ganas, ganas de dar herramientas a estos chavales para que no hicieran lo que yo hacía: castigarme por equivocarme, juzgarme duramente, considerarme no merecedora de la vida y de toda la hermosura que me rodeaba y que también era yo. En lugar de eso odiaba mi imagen, mis ideas y me identificaba con esa frase y canción tan de Kurt Cobain «I hate myself and I want to die» (me odio a mi mismo y quiero morirme).

La importancia del juego para los procesos de aprendizaje y para entender la atención en el momento presente.

El escondite Yogui

Volví a mis cuadernos de apuntes de cuando estudiaba teatro, recuperé ejercicios y lecturas imprescindibles como el libro «Juegos para actores y no actores de Augusto Boal, retomé también ejercicios de cuando hice yoga con niños en el colegio El Cantizal (2010) y otro texto maravilloso que fue la inspiración del espectáculo que titulé de la misma forma que el libro «Plantando Semillas» (2016), y con todo ello hice una larga lista de propuestas que llevaba cada día como una cofre del tesoro para ir abriendo y rebuscando en cada momento del taller según iban apareciendo los temas a tratar y las necesidades del grupo. Fui consciente de la cantidad de recursos que tenía para trabajar con este grupo, a través de juegos y dinámicas grupales nos acercamos a todos los temas, y con ejercicios individuales experimentaron solas para después compartir y poner en común de forma grupal, y este poner en común fue clave para que se dieran cuenta de que no están solas con lo que les sucede. Nos acercamos al mundo de las sensaciones a través de juegos teatrales, como variantes de la gallinita ciega para apreciar el sentido del oído, adivinar sabores con los ojos cerrados para apreciar el gusto, experimentar el tacto con masajes y caricias, y otras tantas propuestas para reconocer los sentidos como movimientos de la mente y apoyarnos en lo que nos sucede a nivel sensorial para regresar al momento presente y habitarlo con disfrute. Esta es la maravilla de jugar, no te das cuenta de que estás prestando atención plena (Mindfulness) porque estás jugando, no te están pidiendo que te quedes quieto y prestes atención. Lo cual me parece fundamental en estas edades y para principiantes de cualquier edad, no obligarnos a algo rígido para entender y practicar la atención, en un primer momento nuestra mente y nuestro cuerpo van a digerir mucho mejor un reto que se presente a través de juego que algo tan poco natural para nuestros tiempos como es quedarse quietos y en silencio, eso ha de llegar por supuesto, pero un poco después y combinado con otras propuestas que nos hagan estar en el aquí sin que nos demos cuenta, sin que sea un esfuerzo.

La importancia de no sentirse solas, la empatía, el grupo.

Juegos y dinámicas

El Bote de la Calma colectivo

Hicimos un solo bote de la calma entre todas, en el que aprendimos a diferenciar entre el anhelo y la emoción que se esconde tras ese anhelo, y al compartirlo todas juntas pudimos vernos las unas en las otras y darnos cuenta de que todas teníamos las mismas inseguridades, compartímos los mismos miedos… Los juegos como el escondite yogui les ayudaron a familiarizarse con las posturas de yoga, y a través de relajaciones guiadas encontraron la desconexión que tanto necesitaban. Además de todo eso, lo más importante fue que tuvieran un espacio donde expresarse entre iguales de una manera diferente, desde el silencio y la conexión que nos aportaron algunas prácticas, y que le hizo mucho más disponibles para compartir y vaciar lo que necesitaban que fuera escuchado, y de nuevo, verse reflejadas en las demás les dio confianza y seguridad. Hubo muy buen ambiente durante todas las sesiones y mucho respeto entre iguales y conmigo, y quiero creer que las propuestas que hicimos aportaron mucho para crear esa «piña» y buen rollo. No sé cómo habrá evolucionado la cosa después, porque fueron solo cinco días, pero quiero creer que sí que se plantó una semilla de empatía entre unas y otras que puede que les haya dejado huella para su relación futura, con ellas mismas y con las demás.